Es aquí donde el libro puede representar un buen aliado como objeto y recurso pedagógico que permite la intercomunicación fluida a través de todo aquello que pueda captar la atención del niño, siempre con el acompañamiento e interpretación del adulto. Cada libro cuenta con diferentes características que, a los ojos de un niño, pueden ser de gran trascendencia, como por ejemplo: los colores, las ilustraciones, el tacto, el olor… Estas particularidades serán de utilidad para dejar que el niño experimente a través de lo que detecta en el libro y lo exprese abiertamente.
Tenemos la suerte de contar con la edición de libros que abordan de una manera clara y amena las realidades y situaciones cotidianas que viven los niños y que preocupan a los padres. también existen aquellas obras que recogen temáticas de un gran atractivo para el niño, no olvidemos que es precisamente aquello que atrae al niño lo que tenemos que integrar como aliado en la labor educativa familiar. La estrategia consiste en saber relacionar y detectar oportunidades a partir de los intereses de los propios niños y niñas para satisfacer los objetivos educativos deseados.
El papel del adulto ha de consistir en mantener una escucha activa, es decir, que muestre interés por todo lo que el niño detecte, interpretándolo de manera positiva y empatizando con él a través de todo lo que descubre en la exploración del libro. Este ejercicio favorece la creación de un clima cálido de complicidad que facilita la comunicación, a la vez que el niño se familiariza de forma positiva con el libro, un elemento que irá identificando poco a poco como medio para encontrar soluciones a sus dudas y que fomentará su imaginación.
Fuente: Gerard Corriols, pedagogo.
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